Pre-textos hacia las VIII Jornadas Anuales de la APM: "Después del género" Por Gabriela Rodríguez


Pre-textos

Hacia las VIII  Jornadas Anuales de la Asociación de Psicoanálisis de Misiones

ANGUSTIA SIGLO XXI
-CUANDO EL TRAUMA AGUJEREA EL IDEAL-

Viernes 18 y Sábado 19 de Octubre
Museo“Juan Yaparí” (Sarmiento Nº 319 Posadas, Misiones)


Después del género

Por Gabriela Rodríguez


Después del género… indica la obertura de un tiempo que se vislumbra como lo actual en la experiencia contemporánea de la sexualidad, que a vuelta del boomerang que fragilizó las ficciones ordenadoras de la distribución sexual, nos muestra el rostro caleidoscópico de una promovida diversidad en materia de sexos. En una época designada como victoriana, Sigmund Freud inventó una vía que tomaba en su experiencia el malestar de la época por boca de ciertas mujeres dispuestas a decir sobre el arreglo siempre fracasado entre sexual e ideal. Nosotros, ya no victorianos, aunque igualmente empujados a hablar de sexo, discurrimos sobre la reasignación del sexo quirúrgica y/o jurídica, sobre el reconocimiento de las identidades de género o las variantes transgénero. El uso de un neutro que rechaza cualquier determinismo que venga del lenguaje nos empuja a eliminar toda marca de género en la lengua, un resabio hetero-normado. Después del género la atmósfera de la época y su creciente relativismo nos quiere diversos, nómades, múltiples, queers…no se trata ahora del arreglo fracasado entre sexual e ideal sino de la instalación de un ideal sexual. 

La vía freudiana que inaugura la presencia del discurso analítico, lejos del abrigo que pidieran representar las tradiciones se mantendrá abierta solo si se sostiene en una posición doble, señalada por Eric Laurent(1), porque no basta con constatar la fragilidad de las ficciones con las que se arma la época, además se plantea como necesario situar lo que de esa fragilización podría consonar con su partida, para hacerse un lugar.  

El género, emerge como resultado de algunas intervenciones que retroactivamente se han vuelto claves, piedras lanzadas contra la imaginada quietud de un estanque cuya transparencia no es más que el desconocimiento de la vía abierta por Freud. En 1955 un eminente endocrinólogo neozelandés, John Money decide trasplantar el término gender desde la ciencia del lenguaje a la ciencia de lo sexual para producir con este transplante un nuevo uso, si bien ya tenía una historia en el mundo anglosajón(2). El término gender ahora asociado a la teoría del rol crecida en el suelo de la sociología funcionalista norteamérica, consigue atraer la atención sobre el papel que juega la interacción social como un elemento clave en la adquisición de una identidad sexual sea masculina o femenina, con el consecuente conductismo social al que tal consideración se presta. Este nuevo uso científico del término aparecía como el suplemento preciso al término sexo(3), así lo declara el propio Money en la introducción a la edición española de su Desarrollo de la sexualidad humana, un remedo capaz de sortear un obstáculo que comienza siendo terminológico, por caso: cómo llamar a un niño, cuyo pene se presenta disminuido ya sea por una causa accidental o por alguna malformación congénita, que se muestra sin embargo en todo evidentemente masculino, fuera de su particularidad genital. En el colmo del malentendido suscitado por el error común(4) el término gender hacía su aparición. 

Tras Money en 1968 Robert Stoller un destacado psicoanalista norteamericano, haciéndose eco de aquellos estudios, será quién definitivamente establece la división de la identidad sexual en sexo y género, división que afectará a la consideración de la sexualidad de allí en más. Esta vez, haciendo lugar al forzamiento que el transexual hace del discurso sexual, por caso: “soy una mujer en el cuerpo de un hombre”. Es en el intento de salvar la contradicción que introduce el enunciado, que Stoller plantea la división y así logra dar un lugar presumible en el reparto de la sexualidad, lo que viene de la biología, lo que viene de lo social. El binario quedaría instalado. 

Mientras tanto por esos años Lacan en su Seminario, cortocircuitando ese binario y las categorías a las que responde, construía la sexuación como un proceso en el que una “decisión inconsciente”, que es inscripción en la función fálica, consigue enlazar lo pulsional y el lenguaje. Claro está que ni lo pulsional se corresponde con la biología ni el campo del lenguaje se recubre con la mera influencia social cuando se lo considera en su faz de causar el goce para cada uno. “La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer” podía afirmar Lacan en 1974, despejando cualquier aporía que se pudiera suscitar entre los predicados del yo y una supuesta evidencia anatómica que no es tal, sino a vuelta de la dependencia del lenguaje con la que se la mira. En todo caso, la sexuación propuesta por Lacan se separa tanto del expediente anatómico: sexo y sexuación no se corresponden, tanto como de la teoría del género: sexuación y género no se recubren. Los ejemplos presentes en el Seminario de Lacan opacan el binario mentado: la identificación viril en una anatomía de mujer cuya posición sexuada deberá ser esclarecida, la escritura mística testimonio paradigmático del goce femenino en una anatomía de hombre, tal el caso de San Juan de la Cruz.    

Sin género de duda la distancia zanjada entre estas posiciones: una que se ordena a partir del binario sexo/género, otra que interroga la vía freudiana retomada por Lacan, se mantendría. El alcance de la noción de género, elevada al estatuto de una categoría útil mostraría su fertilidad, hoy la vemos precipitada en la Argentina por ejemplo en la ley Nº 26.743 que establece el derecho a la identidad de género de las personas, sancionada en mayo de 2012, la ley de “Identidad de Género” representa el triunfo social de la gender theory que permanece en el terreno de una lógica de atribución. Es por este sesgo por donde emerge lo que la misma noción no consigue apresar y que se expresa como “malestar de género”(5), puesto en pie de igualdad con el malestar en la cultura freudiano, por un lado la existencia de sujetos que no se avienen a la atribución asignada - cuando el dualismo sexo/género se muestra exiguo para nombrar la particularidad -  y por otro, la dimensión de lo pulsional que supone una satisfacción que se excluye del atributo. 

Tras una década de marcada vigencia, la noción de género fue objeto de una crítica sistemática tanto por su inadecuación teórica como por su naturaleza políticamente imprecisa(6). Durante los años 90, la discusión circuló sobre las ruinas de la noción de género, creando las condiciones de la llamada fase de posgenero en el feminismo. En esta línea avanzará Judith Butler en su libro El género en disputa – una de las contribuciones más influyentes en este debate -, con el fin de poner al descubierto lo que la operación del género encubre produciendo al mismo tiempo una exclusión. La distinción sexo/género descansa para Butler en una relación mimética, la discontinuidad establecida entre cuerpo sexuado y género culturalmente construido, permite otorgar al primero un carácter natural y una condición de inmodificable al segundo. Atacar el binario despegando el sexo del género tiene el propósito de mostrar el carácter de artificio vago de este último, indicando a la performance como lo propio del género. El travestimo se convertirá en un paradigma porque permite poner la cuestión en el terreno de una abertura paródica, afín con la replica antinaturalista que la autora quiere sostener. La duplicidad sexo/género en su versión tradicional no hace más que reproducir las condiciones de una hetero-normatividad; para Butler la teoría de los géneros se vuelve en todo subsidiaria de la norma heterocentrada, y bastaría con poner la lupa sobre una serie de prácticas sexuales calificadas como no-normativas para que se produzca un efecto horadante capaz de revelar como una suerte de catalizador interrogantes más fundamentales, que la gender theory saturaba con atributos, ¿qué es ser un hombre?, ¿qué es ser una mujer?. 

Ahora bien que el sexo como diferencia sexual, ciertamente no sea ni natural, ni anatómico, ni cromosómico, ni hormonal(7) – como bien señala Judith Butler en consonancia con el psicoanálisis – no lo hace tampoco solo una construcción social, aunque tenga su historia hecha de identificaciones(8), la sexuación es un resultado que desmiente tanto cualquier presupuesto ontológico de base, como su reducción a una mera ficción paródica. Las preguntas de Butler, que son también preguntas que el psicoanálisis articula sin partir del establecimiento de una norma - algo evidente después del freudiano Tres ensayos sobre teoría sexual -, no hacen que concluya en consonancia con el psicoanálisis, un blanco electivo de sus críticas, antes bien su conclusión deriva sin solución de continuidad en la eliminación de la diferencia sexual, saldo cínico de las ruinas de la categoría de género que contribuye a la generación del contexto queer.  

Enrique Acuña(9) hacía notar el efecto del relativismo cultural con su rostro de construccionismo social desde el que se impugna el presunto resabio esencialista del psicoanálisis. Su acción pone en marcha el fenómeno de hibridación celebrado por el contexto queer.  Sin embargo el psicoanálisis sigue recogiendo en su experiencia los restos de las identidades quebradas, cuando los nombres propuestos por lo social de este relativismo, deja ver que no hay una descripción exhaustiva del goce. Como la teoría queer, señala también el carácter múltiple de la identificación y su movilidad, pero no identifica a los sujetos con sus prácticas sexuales, ni sostiene el fantasma de una sexualidad ideal liberada del determinismo del semblante, le sale al paso al impasse queer revelando la dimensión irreductible del goce. 

Citas:

1) Eric Laurent “El orden simbólico en el siglo XXI. Consecuencias para la cura”.
2) Liana Borgui. “Postgender”. (2000). Versión electrónica.
3) John Money. Desarrollo de la sexualidad humana. Ediciones Morata (1982).
4) Jacques Lacan. Seminario 19…O peor. Clase del 8 de diciembre de 1971. Lacan llama “error común” al error que hace comunidad, fuente del discurso sexual  que pasa la diferencia sexual a lo real por intermedio del órgano y con ello consigue hacer consistir la naturaleza. 
5) Femenías, Gianella, Santa Cruz y otras. Mujeres y Filosofía. Teoría filosófica de género. “Para comprender el género: Precisiones epistemológicas”. Centro Editor de America Latina (1994).
6) Rosi Braidotti. Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. “Género y posgénero: ¿el futuro de una ilusión?”. Editorial Gedisa. (2004).
7) Judith Butler. El género en disputa. “Sujetos de sexo / género/ deseo”. Editorial Paidós. (2001).
8) Graciela Musachi. “GLTTBI”. En Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales. XV Jornadas Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana. EOL. Grama. (2007).
9) Enrique Acuña. Resonancia y silencio. Psicoanálisis y otras poéticas. “Semblanzas reales. De los meteoros a Internet” EDULP. La Plata. (2009).