Pre-textos hacia las VIII Jornadas Anuales de la APM: "Hacer funcionar la angustia en el campo de la salud mental" Por Sebastian Ferrante



Pre-textos

Hacia las VIII  Jornadas Anuales de la Asociación de Psicoanálisis de Misiones

ANGUSTIA SIGLO XXI
-CUANDO EL TRAUMA AGUJEREA EL IDEAL-

Viernes 18 y Sábado 19 de Octubre
Museo“Juan Yaparí” (Sarmiento Nº 319 Posadas, Misiones)


Hacer funcionar la angustia en el campo de la salud mental

Por Sebastian Ferrante



Introducción

La atmósfera actual de leyes y clasificaciones exige al psicoanálisis maniobras para no quedar excluido, pero tampoco subsumirse en el campo de la salud mental. En “Un inconciente entre leyes y clases”, Enrique Acuña propone una interfase entre el psicoanálisis y la salud mental cuyo resultado es una articulación sintomática.
Se trata de entender las coordenadas de la época y responder desde lo específico del psicoanálisis en tanto experiencia que introduce al sujeto en su determinación inconsciente, diferente de cualquier experimento objetivo cuantificable.

El problema de las clasificaciones y la manera de dar nombre a los fenómenos deriva en nuevas formas de presentación (entendiendo por ello que los significantes de la época determinan la lectura que uno hace de la “realidad”). Con respecto a ello, me interesó tomar un posible destino que ha tenido el concepto de angustia en el campo de la salud mental. La “Propuesta de lecturas” para esta jornada, publicada en Microscopia nro. 118, afirma: “En la danza clasificatoria, la angustia transformada en ansiedad debe ser eliminada, ya que la salud es entendida como el silencio de los órganos y en el caso de la salud mental ese silencio se confunde con el orden social –silencio del Otro, ausencia de síntomas”. 

La salud mental en la actualidad conlleva como premisa el orden publico que implica la desaparición de todos los trastornos posibles. Jean Claude Milner plantea el paradigma problema-solución para explicar el modo en que la función de regalía del estado se ocupa de la salud mental, el malvivir. En efecto, este paradigma indica que una buena solución requiere la sustitución del problema por otra cosa que funcione, de manera que el problema desaparezca. En oposición a ello, Milner propone que frente a los intercambios, existe un plus que representa lo insustituible cuya forma lógica en Lacan es el objeto a. Si la angustia sigue los carriles delineados por esas políticas, se trata de articular aquello que como problema que hay que hacer desaparecer con la propuesta del psicoanálisis de un elemento irreductible. 


Ansiedad vs. Angustia o Afecto vs. Semántica

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales contiene una clasificación y descripción de las categorías diagnósticas. Se propone mejorar la comunicación y la transmisión entre clínicos e investigadores exigiendo apoyarse en fundamentos empíricos sólidos. En la versión actual de Manual (DSM IV), las crisis de angustia (panic attack), que suelen aparecer en el contexto de diversos trastornos de ansiedad, se definen por la aparición aislada y temporal de miedo o malestar de carácter intenso acompañado por una serie de manifestaciones somáticas: palpitaciones, frecuencia cardíaca acelerada, sudoración, miedo a perder el control, volverse loco o morirse, entre otras. Por el modo de inicio y la presencia o ausencia de desencadenantes ambientales se clasifican tres tipos: las crisis inesperadas, las situacionales (que se reducen a fobias específicas) y las más o menos relacionadas con una situación determinada. La angustia que tiene objeto (la situacional) queda reducida al miedo y la que no (la inesperada) queda indefinida, a la deriva.
Por otra parte, el trastorno de ansiedad generalizada, definido en el DSM IV, presenta como característica esencial la ansiedad y la preocupación excesivas (expectación aprensiva). Sentí curiosidad por estos dos términos y recurrí al diccionario de la RAE:
- Expectación: Espera, generalmente curiosa o tensa, de un acontecimiento que interesa o importa.
- Aprensiva: Dicho de una persona: Sumamente pusilánime, que en todo ve peligros para su salud, o imagina que son graves sus más leves dolencias.
De la combinación de estas dos definiciones arribamos al hecho de medicalizar la supuesta peligrosidad de esperar algo que interesa, o en su defecto, patologizar las fantasías.
Doble operación entonces, de incluir la angustia dentro de los trastornos de ansiedad y reducirla a su carácter de afecto displacentero. 

Si bien la ansiedad no fue desarrollada por Freud encontré algunas referencias aisladas. En “Obsesiones y fobias” (1895), afirma que “Ya he mencionado la gran diferencia entre las obsesiones y las fobias: que en las segundas, el estado emotivo es siempre la ansiedad, el temor (…) El mecanismo de las fobias es totalmente diferente del de las obsesiones. Ya no es el reino de la sustitución. Aquí ya no se revela mediante el análisis psíquico una idea inconciliable, sustituida. Nunca se encuentra otra cosa que el estado emotivo de la ansiedad, que por una suerte de elección ha puesto en primer plano todas las ideas aptas para devenir objeto de una fobia”. En “La neurastenia y la neurosis de angustia” (1895) la ansiedad, definida como “tendencia a la visión pesimista de las cosas”, es una manifestación de la espera angustiosa, siendo esta última un síntoma del cuadro clínico de la neurosis de angustia.
En Inhibición, síntoma y angustia, angustia y ansiedad se vinculan en tanto ambas son sentimientos de carácter displacentero, junto con el dolor y el duelo. Pero, en vías de revelar la esencia de la angustia, Freud afirma que ésta habrá de presentar otra particularidad además del displacer.

En el Seminario X Lacan va a ser claro con la diferencia, ya que introduce la angustia como afecto, pero agrega que tiene una estrecha relación de estructura con lo que es un sujeto. Cito: “lo que he dicho del afecto es que no está reprimido. Esto Freud lo dice igual que yo. Está desarrumado, va a la deriva. Lo encontramos desplazado, loco invertido, metabolizado, pero no está reprimido. Lo que está reprimido son los significantes que lo amarran”. Es entonces la angustia un punto de partida, dice Lacan, en virtud de que su verdadera sustancia es ser lo que no engaña, lo fuera de duda. Por el contrario, “los significantes hacen del mundo una red de huellas, en la que el paso de un ciclo a otro es pues posible. Lo cual significa que el significante engendra un mundo, el mundo del sujeto que habla, cuya característica esencial es que en él es posible engañar”.
Eric Laurent afirma que si angustia es un afecto que no engaña es pues porque plantea la pregunta del deseo, indica un punto crucial para el sujeto, lo guía hacia lo real. Nos angustiamos cuando no sabemos lo que el Otro quiere, por ello la angustia no es sin objeto. La presencia del Otro como tal está en su causa.
Marcelo Ale habla de dimensión semántica de la angustia, en tanto experiencia que implica un sujeto. Contrariamente a erradicarla, se trata de positivizarla, otorgarle una función en el sentido de hacer de ella un puente que conduce a otra cosa, “estación de paso obligado para arribar a otro lado”. 


Alternativas para la angustia

El modo de conceptualizar la angustia tiene su correspondencia en el modo de abordarla. La demanda entonces puede tener diferentes tratamientos, diferentes respuestas terapéuticas, discursivas. La reducción a su expresión de afecto e índices corporales tiene como posible indicación la medicalización. En una entrevista publicada en Clarín, Germán García opina que “no hay soluciones que no tengan contraindicaciones. En la pugna de los discursos, el científico y el psicoanalítico leen, cada uno, las contraindicaciones del discurso del otro. Yo leo las contraindicaciones del discurso de la psiquiatría y la psiquiatría lee las contraindicaciones del discurso del psicoanálisis, que es presentado como un largo proceso de resultado incierto. Es como tomar todas las comedias burguesas sobre el matrimonio para demostrar que el matrimonio no funciona. Se juntan las comedias burguesas y se demuestra que, como decía Bernard Shaw, el matrimonio es una cuestión de dos que sólo funciona entre tres. Pero esto no evita que la gente se siga casando. El cuestionamiento al psicoanálisis no evita que la gente siga preguntándose angustiadamente sobre el sentido de sus vidas y no hay respuesta para ese interrogante en ninguna pastilla”.

De forma que un debate psicofarmacología vs. Psicoanálisis podría prolongarse al infinito. Al menos tendría lugar una pregunta: hacer desaparecer el malestar por medio de psicofármaco, ¿obtura la posibilidad de surgimiento de algún interrogante que abra el camino a un análisis de la causa? Con respecto a ello, el abordaje interdisciplinario de la angustia (por ejemplo, la derivación psiquiátrica que concibe que no hay eficacia del psicofármaco sin acompañamiento de tratamiento por la palabra), ¿sería una promoción o un obstáculo al psicoanálisis?

Negativizar la angustia es concebirla como afecto displacentero que hay que erradicar. Al respecto, Eric Laurent afirma que la medicina nunca se plantea la pregunta acerca de la alternativa de desangustiar, en la medida en que la angustia, tomada como un síntoma más, es algo que hay que hacer desaparecer. Por el contrario, el psicoanálisis considera la eliminación de los síntomas una vez establecida su función. De manera que desangustiar puede consistir también en hacer surgir la pregunta por el deseo, haciendo consistir un síntoma. Así se positiviza la angustia y, partiendo de la aparición fenoménica, se abre la posibilidad de articular otra cosa. La condición es, tomando un término de Enrique Acuña, captar un síntoma en la angustia.

Si la salud es un derecho para todos, su ejercicio puede ocasionar que los beneficiarios pueden devenir, paradójicamente, perjudicados o víctimas, ¿Dónde el psicoanálisis encuentra su lugar? Laurent afirma que el psicoanálisis se incluye en la salud mental siempre que hay algún imposible de tratar. Es decir, en la particularidad subjetiva que excede a la norma. Al mismo tiempo, los medios de comunicación y el acceso a Internet favorecen el arraigo a identidades provocando que la persona llegue con cierta información acerca de su padecimiento. Tal es así, que cualquier sufriente puede googlear sus síntomas para dar con el nombre de su trastorno, y consultar ya con el nombre de su problema pidiendo la solución correspondiente. Por ejemplo, “Soy ansioso”, “tengo un TOC”, o “soy bipolar, dígame cómo se cura”. En otros casos el pedido es de un diagnóstico “mis síntomas son estos, dígame qué tengo”. En tal sentido, Enrique Acuña propone que el auge del DSM reside en ser un hipernominalismo, dando la posibilidad de nombrar cada estilo de vida. ¿Consiste el psicoanálisis en tanto se revierta ese cúmulo de información sin sujeto haciendo aparecer un enigma? Graciela Musachi lo dice una manera muy elegante: “cualquier uso de la palabra es hacer creer algo, se trata de estar advertido de esa función del discurso por la que uno se lo cree o no se lo cree (…) La cura es tomar distancia respecto de lo que se cree. Quien se analiza es alguien que con respecto a ese S1 que le hace creer que es algo, toma su distancia, está advertido, no lo cree del todo”.
Esa toma de distancia de las creencias no es sin angustia. Quizá por ello ésta puede surgir al momento de no reconocerse en ninguna clasificación. Entiendo que hacer funcionar la angustia, darle una función, es desafectarla en el sentido de articular el afecto a una palabra. Conectar la angustia con el deseo es situarla como condición para rectificar posiciones en la vida.