Captar las formas de lo indefinido -entrevista al pintor Zygmunt Kowalski-


El día 21 de diciembre falleció Zigmunt Kowalski. A modo de homenaje reproducimos aquí la entrevista que el pintor gentilmente concediera a la revista Fri(x)iones-entre el psicoanálisis y la cultura- en el mes de octubre de 2011 y que fuera publicada en el Nº 1 de dicha revista.





Captar las formas de lo indefinido
-entrevista al pintor Zygmunt Kowalski- (*)


"Se debe captar a través de las formas ese algo indefinido que flota y para eso se requiere nacer con alguna sensibilidad, sino no sería arte si no se puede captar eso que envuelve todo y dice cosas no directamente"

(Zygmunt Kowalski, Posadas 2011)


¿Cómo llega usted al arte?

Habrá sido un destino, yo en realidad no quería ser pintor, yo estudiaba idiomas. Me gustaba tener algo que ver con los idiomas; es así que en Polonia estudié francés y en Alemania aprendí alemán.
Asistí a la escuela de traductores de Bavaria en donde estudié inglés, ruso pero algo siempre me empujó hacia la pintura y de ahí ya me gustaba la pintura, tal es así que recuerdo que cuando era chico e iba a la escuela primaria me levantaba un poco antes para dibujar y después algunos compañeros me pedían dibujos a cambio de una entrada para el cine.



O sea que había una ganancia extra por hacer arte

Es que toda la guerra no hice nada, no podía; sólo después de la guerra, cuando estuve en Alemania -precisamente en Heidelberg- me ubiqué en un cuartel general de Las Naciones Unidas para refugiados


¿Usted se instaló allí? ¿Qué hacía?

Como sabía varios idiomas, me emplearon para trabajar medio día hasta que conocí un muchacho polaco al que le gustaba la pintura y empezó a estudiar en una localidad a 10 km de Heidelberg y como él no andaba muy bien con el idioma alemán, me pedía que le traduzca un libro hasta que finalmente me dice: “¿Por qué no probas la pintura?” y así salimos a pintar y entré yo también.
Cuando la guerra terminó no había nada realmente bien constituido aunque a pesar de eso estuve en una escuela de arte dos años y medio a la que asistía por las tardes ya que mi trabajo era por las mañanas.



¿Cuál era su ocupación en ese tiempo?

Allá estaba en la oficina de una organización para refugiados que se llamaba IROS y que fue creada para ubicar y dar empleo a toda la masa de extranjeros que trabajaban en la Alemania nazi. Como los alemanes mandaban a sus hombres al frente, necesitaban a alguien que trabaje. Estuve cinco años haciendo trabajos forzados: obligatoriamente trabajaba en una fábrica y cuando la bombardearon en el campo. Pero después que terminó la guerra la cuestión era qué hacer con todos los prisioneros y algunos heridos. Entonces de eso se encargaba esta organización.
Luego, antes de venir a Sudamérica trabajé en la oficina de migración canadiense y mandábamos gente a Canadá, a los que quería. A mí también me ofrecieron ir pero tenía mucho miedo del frío porque si iba a ir a algún lugar tendría que ser un sitio cálido.
De esa manera, todos los extranjeros que estaban en Alemania fueron ubicados en algún lado, es decir, o volvían a su patria o emigraban. Había muchas naciones que aceptaban a los inmigrantes como Chile, Venezuela, Paraguay pero menos Argentina. Yo no me animaba a pensar en América Latina porque en aquellos tiempos no tenía mucha visión de lo que era la región, no es como hoy.


¿Podemos decir que hoy la cuestión cultural se trata más bien del entrecruzamiento y que la gente tiene un conocimiento, como dice usted, al instante de lo que está pasando en otro lugar?

Claro, en aquel tiempo eso no sucedía. Los viajes en avión eran escasos. Después escribí cartas a Chile, Venezuela y Paraguay a pesar de no tener ninguna idea de lo que era Paraguay y qué iba a hacer ahí. Los que nos dieron albergue eran de una secta religiosa que hasta el día de hoy se encuentra en la zona del chaco paraguayo. Llegue a tierras guaraníes acompañado de gente de varios lugares, había lituanos, ucranianos, polacos. Sin embargo en Paraguay sólo quedé unos meses porque no me gustaba nada, la gente era buena pero la mayoría eran ingleses y alemanes, poco se hablaba castellano. Eso me parecía paradójico.
Entonces a Polonia no quise volver debido a que fue ocupada por la Unión Soviética que era un régimen también comunista. Además, tampoco sabía nada de mi familia, si vivían o no. Mi padre, recuerdo, fue muy herido durante la guerra en el `42. Entonces mi opción fue emigrar a algún lado y así vine a Misiones. Debo decir que durante los seis meses que estuve en Paraguay observé los restos de la revolución, el clima que se vivía y los agujeros en las paredes a causa del impacto de las balas.


¿Cómo llega a la Argentina?

Lo hago en forma clandestina, no tenía documento ni pasaporte y no me acuerdo si los perdí o me los quitaron. Desembarqué en la Laguna San José y sólo tenía siete pesos en mi bolsillo, lo que en ese momento equivalía a un dólar. Observé que el lugar era chico, que todo el mundo se conocía, había mucho trabajo y como no tenía oficio y no sabía el castellano me aceptaron como ayudante en un taller de electromecánica con lo cual eso me permitía ganar algo de plata para pagar la pensión.
Me acuerdo que el gobierno emitió un decreto por el cual todos los indocumentados podían arreglar su situación y así obtuve mi cédula que me convertía en un ciudadano legal; con el tiempo obtuve la ciudadanía
Me casé, tuve a mis hijos Víctor y Alejandro y me dediqué a la pintura aunque me tropecé con alguien que no estaba en la pintura pero que influyó para que sí lo hiciera, esa era mi señora. Ella decoraba vestidos y tortas y yo la ayudaba hasta que finalmente me dijo: “hacélo vos que te sale mejor”. Así empecé a pintar mis primeros cuadritos de la selva.


¿Era la selva, el pueblo, la gente, su inspiración?, ya que en los retratos que usted pinta capta muy bien la costumbre, y la idiosincrasia del pueblo.

Yo estuve impactado con la naturaleza y sobre todo porque ella era muy diferente que en Europa. Los árboles gigantescos me impresionaban.
Una vez presenté mis cuadros en la vidriera de una marquería en el centro y ahí vendí mis primeros cuadros hasta que un periodista de El Territorio me propuso armar una exposición, mi primera muestra, en octubre de 1963.


¿Qué recuerdos tiene de esa primera vez?

Fue positivo porque yo necesitaba saber qué opina la gente sobre mis obras. Uno no pinta solo para uno mismo sino que lo hace para otras personas y evidentemente a muchos les gustó mi pintura, todavía tengo recortes de diarios de esa vez.
Esa fue mi entrada al arte de manera más formal si se quiere.


¿Tuvo contacto con otros pintores y conoció varios estilos?

Si, junto con otros pintores de acá hacíamos trabajos en conjunto y se respiraba una tendencia modernista, abstracta y de realismo. Yo, personalmente, pinto en óleo lo que veo y siento.

¿Se puede describir eso?

Se trata de observar y ser sensible a lo grandioso del paisaje. Creo que el pintor debe reflejar esa grandiosidad en su pintura, no es necesario que sea una copia sino el tema es recrear y hacer una pintura propia.

¿Podría decirse que en cada obra está puesta la subjetividad en juego?

La cuestión es recrear lo creado. Al pintar uno recrea y no se trata de perder la autenticidad sino que la pintura debe ser parecida a lo pintado pero de otra manera. Siempre la forma, los colores, la sombra y la ubicación son propios del que pinta.
Pintar no es copiar sino querer decir algo y lo que yo quiero decir no es más que mostrar el amor que siento por la naturaleza y afirmar que el hombre es parte de esa naturaleza, parte de una sola obra de Dios. Tiene que haber un cierto mensaje que en mi caso es un mensaje de paz a causa, creo, de los tiempos difíciles que hoy vivimos y de cosas como la violencia que a mi particularmente no me gusta, sobretodo porque en cinco años de guerra he visto cosas horribles. Quiero mostrar lo bello y hermoso que es admirar la naturaleza y que eso puede mejorar una vida.


Eso que usted tiene en su memoria como el recuerdo de lo penoso ¿hoy retorna en su pintura pero no sin sufrir una transformación?

Durante mucho tiempo sufría una especie de opresión de parte de la sociedad porque he sufrido mucho maltrato por no estar de acuerdo y no identificarme con el régimen nazi. Trato de pintar alegría aunque a veces no esté alegre porque creo que mi vida en el arte es la paz y la belleza. Nunca pinto violencia.

¿Qué piensa de nuestra cultura y de nuestra gente?

Pienso que hay mucha sensibilidad al arte y al verme pintar al natural. Yo pinto a partir de bocetos que me sirven de base a pesar de que entre el boceto y la obra hay mucha distancia. Retrato sobre la vida de la gente y siempre digo que la pintura es complicada porque no existe el “dos por dos son cuatro”.
La gente me indicaba siempre algo que yo no veía del paisaje, por ejemplo la tristeza o la alegría y desde entonces creo que primero uno ve lo material y luego se percibe el alma y el carácter de un paisaje. Se debe captar a través de las formas ese algo indefinido que flota y para eso se requiere nacer con alguna sensibilidad, sino no sería arte si no se puede captar eso que envuelve todo y dice cosas no directamente. Se trata de una impronta, de ese punto final donde se ve esa alma que flota. Por eso la gente a veces no entiende ni la música ni el arte.
No creo que pueda enseñar cómo pintar sino que sólo digo que hay que pintar lo que uno siente y lo debe hacer cada vez mejor.


(*) Entrevista realizada por Carlos Wall.


"Arroyo entre helechos" de Zigmunt Kowalski

Imagen cedida por el autor para ilustración de la difusión de la Conferencia "¿Qué es el inconsciente? La interpretación de los sueños", dictada por Christian Gómez en el marco del ciclo Cuatro conferencias sobre el malestar en nuestra cultura. Oberá, 24 de junio de 2011.