Pre-textos preparatorios... - "Las adicciones: entre vínculo social y malestar en la cultura" - Por Julieta Ríos


Pre-textos preparatorios

Hacia el II Encuentro de Psicoanalisis con la Historia y la cultura

LOS SINTOMAS DE LA CULTURA:
Insistencia del ¿quien soy?
-consumos, adicciones, cuerpos, identidades-


Misiones, Posadas, 25 de marzo, 15 hs. (Alianza Francesa).



En el siguiente texto preparatorio para el II Encuentro, Julieta Ríos retoma un trabajo de investigación llevado a cabo en la Asociaicón de Psicoanálsis de Misiones el cual trata de las adicciones a partir del vel entre vículo social (modos actuales de hacer clases a partir de un objeto de consumo) y malestar en la cultura (insistencia de la pulsión en tanto retorno de lo real en el fracaso de esos modos).

En tiempos de unificación de los goces a pertir de una alianza entre capitalismo, mercado y ciencia y donde las políticas de estado acatan también el mismo rumbo, dice Julieta, el psicoanálsis juega su partida en función de la introducción de la singularidad del sujeto en una desconexíon del nombre social (adicto) para articularse a una cadena signifiante que lo conecta al Otro del inconciente.

La operación del farmakón (remedio-veneno a la vez) propuesta por S. Le Poulichet es leída a partir de la diferenciación establecida por Freud entre droga y tóxico y donde este último queda ligado a aquello que excede la simbolización. Lo tóxico es en Freud el nombre del trauma en tanto tal, es decir lo sexual. De allí que la droga sea mas bien aquello que puede, fallidamente, neutralizar lo tóxico de la sexualidad.

Si, como señala Jacques-Alain Miller, el campo de la cultura ofrece semblantes para hacer soportable el goce, la paradójica operación del recurso a las drogas plantea un no pasaje por el inconceinte como resonancias de las palabras en un cuerpo que es tratado por lo real del objeto droga como respuesta a lo tóxico. Devolver al cuerpo esa resonancia sería, propone la autora, la apuesta del psicoanálisis.

Christian Gómez



Las adicciones: entre vínculo social y malestar en la cultura


Este texto retoma una investigación realizada en el Módulo Actualidad de la clínica: respuestas a lo contemporáneo, de la Asociación de Psicoanálisis de Misiones, y se refiere a la cuestión de las adicciones como un efecto del fracaso de los semblantes en la cultura de hoy –de los semblantes que ofrece la ciencia como modos sustitutivos de satisfacción- y a la función del psicoanálisis en tanto ofrece un tratamiento por la palabra sobre ese goce autista.

En Malestar en la cultura, Freud plantea que la misma pone límites a las pulsiones creando lazos o vínculos sustitutivos que fracasan porque no logran satisfacer los objetivos del principio de placer, la búsqueda de la felicidad y la evitación del dolor. Y lo pulsional siempre retorna.

El título del presente trabajo plantea: o vínculo social, o malestar en la cultura, en tanto lo que el psicoanálisis propone es hacer entrar esa práctica de goce que rompe los lazos al Otro, en una cadena de discurso, conectando al sujeto con los significantes que lo determinan en su singularidad.


La adicción a las drogas, se presentan en la actualidad marcadas por un mercado que pasa a regular el “derecho a la salud” y que propone una universalización de los goces. Para Lacan existe una afinidad entre el capitalismo y la unificación del mercado de saber operada por la ciencia, que responde desde el modelo médico-científico, que no quiere saber nada de la verdad como causa, que sutura la división del sujeto. Estaríamos asistiendo en estos días a una alianza entre el mercado y la ciencia en detrimento del sujeto. No son ajenas a esto las políticas de Estado en materia de salud, que agrupan los goces, les dan un nombre y ofrecen el mismo tratamiento, al cual denominan “especializado”, provocando así una masificación de las singularidades.

En primer lugar, Freud advierte no confundir la droga con el tóxico. Y apela a la noción de “trauma” donde algo se constituye como un intolerable que no puede ser asumido dentro de una realidad simbólica; condición fundamental, además, para que se sostenga una operación del farmakon: el remedio puede transformarse en veneno.( S.Le Poulichet, “Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo”)

Lo intolerable sería lo traumático de la sexualidad, lo sexual como cuerpo extraño tóxico; entonces el tóxico no es la droga, la droga es lo que ilusoriamente neutraliza el cuerpo extraño de la sexualidad.

Señala Le Poulichet: la sexualidad figura un tóxico si el cuerpo no es elaborado en el Otro, en el lenguaje, lo cual deja la carne al desnudo. Germán García diría, en Actualidad de las neurosis actuales, “el cuerpo de los orígenes no se ha perdido”.

Freud sostiene en Inhibición, síntoma y angustia, que el dolor es la respuesta frente a la pérdida del objeto cuando esta última no ha sido simbolizada, respuesta que engendra un repliegue narcisista ante un estado de desvalimiento psíquico. Esta reacción se opone a la que organiza la represión a través del montaje del fantasma, que mantiene una relación erótica con los objetos.

Siguiendo a Le Poulichet, diríamos que la operación del farmakon consistiría en un montaje narcisista, paradójico en tanto que es una lesión que conserva, una “prótesis” que neutraliza el efecto traumático ligado a la aparición de la falta. Este circuito del tratamiento del dolor no recurre al rodeo del Otro.

El adicto recurre al Otro cuando toma prestado los significantes que le permiten hacerse un nombre identificándose a una masa (adictos, e incluso ex-adictos), de ahí el peligro y la trampa de quedar enredado en una identificación que lo desidentifica de su causa singular.

Jacques-Alain Miller, en “El síntoma como aparato” señala que el campo de la cultura o campo del Otro (A) introduce el objeto a en un aparato, término equívoco appareiller que designa el verbo que se refiere al aparato, y también la palabra emparejar, que proviene del portugués aparelhar. Se trata de emparejar el goce bajo la forma elaborable del objeto a. O sea, poner el goce en un aparato para poder soportarlo.

Se pueden pensar en este registro los semblantes que ofrece la cultura a través de la ciencia y sus objetos tecnológicos. Y la droga entraría en la serie de los productos que hacen de semblante del objeto que falta, solo que a través de un hacer con el goce que lo vuelve consistente e inaccesible a la intervención del Otro.

Por eso el psicoanálisis propone sustituir su valor de goce por un valor de sentido a través de su pasaje por la palabra. Devolver al cuerpo la resonancia de un decir por el cual pueda ser afectado.


El farmakon sería una operación equívoca que funciona en su doble dimensión de remedio y veneno. Una sustancia que se introduce en el cuerpo para aplacar otra “sustancia” que podría hacer hablar a ese cuerpo. Es la operación de un tóxico contra otro tóxico. Y se pasa de una atadura a la otra, la cual no deja de cubrir otra “dependencia” más radical y más difícil de soportar. Un “quitapenas” que da penas, en el doble sentido de la palabra, tan débil en el fin que persigue y tan fuerte en el sufrimiento que ocasiona al sujeto, lo que el discurso médico sitúa como dependencia y abstinencia. Y la pulsión retorna en lo real de un cuerpo que se consume en el consumo.

Especie de enamoramiento mortífero que vela una falta de objeto estructural y el dolor de no poder lidiar con la castración. Es lo que en el adicto, en el momento mismo de su goce consumado, se manifiesta al filo de sus venas.

¿Qué es más mortífero? Y ¿qué soluciones posibles hay? La solución que da el psicoanálisis consiste en hacer pasar ese cuerpo gozante por los desfiladeros de la palabra, conectar la carne a algo que funcione como significante de algo, desafío tanto para un analista como para aquel que está comprometido en esa práctica.

Dice Enrique Acuña, en Semblanzas reales. De los meteoros a Internet: “el psicoanálisis puede existir siempre que pueda captar la singular soledad subjetiva como un pasaje de lo ilusorio a lo real, de la máquina técnica a la máquina del fantasma que, desarmada dentro de un dispositivo específico, aísla un vacío real desde donde se ordena una nueva realidad”.

Se trataría de la promesa/política de “otra felicidad” que no tiene que ver con la política de la felicidad en lo contemporáneo, sino con la posibilidad de producir una novedad –la del deseo- que ya no es satisfacción para todos.-

Por Julieta Ríos