Pre-textos preparatorios... - "El superhambre" - Por Fátima Alemán


Pre-textos preparatorios

Hacia el II Encuentro de Psicoanalisis con la Historia y la cultura

LOS SINTOMAS DE LA CULTURA:
Insistencia del ¿quien soy?
-consumos, adicciones, cuerpos, identidades-


Misiones, Posadas, 25 de marzo, 15 hs. (Alianza Francesa).



En este texto resumido, Fátima Alemán retoma la práctica de hacer de la literatura un síntoma que enseña algo al psicoanálisis.

La descripción que escribe Amélie Nothomb en su libro "Biografía del hambre" de los modos de sustracción y apego al objeto comida con el efecto de un nombre ("superhambre") viene a situar bien el fenomeno de la anorexia.

¿Ser o tener un cuerpo? la pregunta no es la de Hamlet sino de la una voz que "come nada" en el objeto oral.

Figuras literarias de la anorexia, otrora la histeria fragmentada, hoy ofrecida a los discursos de la cutura que idealizan -cual superyo materno- la imagen de un sujeto.-

Enrique Acuña



La superhambre


Anorexias-bulimias son ciertamente síntomas de la cultura del consumo. Por su rasgo negativo, “no consumen”, “consumen nada” o “consumen todo menos comida”, se imponen como identidades prêt-à-porter, sobre todo en el mundo de los jóvenes ávidos de nombrarse de algún modo. Como síntoma social, anorexias/bulimias son nombres que dan cuenta de la relación que tiene un individuo con el cuerpo, pero sin cuestionar allí qué elección hay en juego.

Como síntoma para el psicoanálisis, donde cuenta lo particular del caso, la forma de nombrarse (identificación) es justamente lo que importa pues sólo así es posible acceder a la satisfacción paradójica la sostiene.

¿Cómo explicar la parálisis de una pierna sin una causa orgánica? ¿Cómo dar cuenta de una perturbación de la visión si el órgano comprometido se sustrae de su función orgánica? Desde el descubrimiento freudiano de la razón inconsciente conjuntamente con una teoría de la sexualidad sostenida en el concepto de pulsión, lo natural del cuerpo se pierde: ningún objeto satisface a la pulsión. Como dice Enrique Acuña, “hay al menos dos cuerpos: uno puro organismo biológico, y otro segundo, resultado de la incorporación del lenguaje. Este resignifica al otro por retroacción y permite una apropiación –no de “ser” sino de “tener” un cuerpo- como relato capaz de ser significado parcialmente en la experiencia analítica”[1].

Por lo tanto, desde el psicoanálisis, no es la necesidad lo que jaquea la anoréxica en su rechazo al alimento, sino la dimensión simbólica del deseo. Es la evidencia del deseo como insatisfecho. La anoréxica muestra entonces la topología de un cuerpo marcado por zonas erógenas, un cuerpo agujereado por donde se filtra el lenguaje.

Para ejemplificar esto, resulta interesante el testimonio de la escritora belga Amélie Nothomb en su libro Biografía del hambre[2], donde la anorexia como “experiencia límite” da cuenta del pasaje del cuerpo totalizado de la infancia al cuerpo fragmentado y erogenizado de la adolescencia. Una de las voces más personales de la nueva literatura europea, con un estilo donde resalta lo autobiográfico, Nothomb explora una vez más el conflictivo tránsito hacia la adolescencia a partir del hambre como motor de la historia.

Siendo hija de un diplomático belga, su vida prosigue un destino nómade: Japón, China, Nueva York, Bangladesh, Burma, Laos, hasta los 23 años, donde se afinca en Bélgica.

En cada lugar de residencia, el hambre actúa como vehículo: ¿qué es el hambre? “Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo”. Pero el hambre también aparece para esta autora como deseo, “el hambriento es un ser que busca”, y su infancia testimonia de ello: un apetito extremo por las golosinas, por el alcohol, por el agua. Hay también una constelación familiar que le permite nombrarse –al mejor estilo nietzcheano- como “la superhambre”: “mi padre era bulímico, mi madre estaba obsesionada con los alimentos, mis dos hermanos mayores eran normales. Yo era la única que estaba en posesión de aquel tesoro, que sería la fuente de ambigua vergüenza a partir de los seis años, pero que a los tres, a los cuatro, se me aparecía como lo que era: una supremacía, la señal de una elección”. El paso por la anorexia se produce en esta autora-protagonista con la entrada a la adolescencia: “seguía siendo tubo, pero en mi espíritu se iniciaba ya la dislocación de la adolescencia”[3].

Bien freudiana, el desarrollo del cuerpo y el deseo por un joven inglés dio lugar a una voz nueva e imperativa: “La nueva voz era tan fuerte que en adelante impedía engañarse a sí mismo. En adelante, cuando intentaba recuperar aquel hilo narrativo, la nueva voz se interponía y sólo admitía el anacoluto”. El cuerpo infantil divinizado hasta el extremo se transformó entonces en un cuerpo fragmentado y extranjero: “todo se convirtió en fragmento, rompecabezas en el que cada vez faltaban más piezas”. La metamorfosis de Kafka se convirtió “en mi historia”. Finalmente, el día de su Santa, dejó de comer: “En Bangladesh, me habían enseñado que el hambre era un dolor que desaparecía muy de prisa: uno sufría sus efectos sin sufrir más dolor”. Fue así que se produjo el milagro: el hambre desapareció.

Es interesante destacar la transformación que provoca el despertar sexual en el deseo infantil: de un hambre infinito y sediento de novedad se pasa a un hambre doloroso y mortífero. Como bisagra del pasaje, la voz del superyó opaca el deseo y exige gozar. “La anorexia fue una bendición para mí: la voz interior, subalimentada, se había callado; mi pecho volvía a ser plano a las mil maravillas; ya no sentía ni una pizca de deseo por el joven inglés; a decir verdad, ya no sentía nada”.

Podemos agregar que esta resultante “sentir nada” coincide con el paradigma de la anorexia que Lacan formula en su Seminario sobre La relación de objeto: “Ya les dije que la anorexia mental no es un no comer, sino un no comer nada. Insisto –eso significa comer nada. Nada es precisamente algo que existe en el plano simbólico”[4].

Dice la autora: “La anorexia me había servido como lección de anatomía. Conocía ese cuerpo que había descompuesto. Ahora se trataba de reconstruirlo. Por extraño que parezca, la escritura contribuyó a que así fuera. Aquel esfuerzo constituyó una especie de tejido que luego se convirtió en mi cuerpo”.

Este ejemplo que nos enseña sobre el “tener” un cuerpo en la anorexia, sin embargo, no debe hacernos pensar que la cura se alcance sólo por la escritura. En el caso de Nothomb algo de eso funcionó, por la vía de lo autobiográfico. Sabemos que la experiencia del psicoanálisis como lazo social inédito permite acceder a un nombre de goce pero con una transformación que implica cernir lo incurable. Identificarse a la anorexia no es identificarse al síntoma.-

En otros términos, que tal vía del síntoma, si es abierta cual caja de Pandora en un análisis, posibilitaría el alivio de cierta aproximación a un saber ignorado y eficaz a la vez de limitarlo.

Fátima Alemán


Notas

[1] Acuña, Enrique: “Hecho para gozar -El cuerpo escrito de Anaïs Nin-”, Revista Conceptual nº8, 2007.

[2] Nothomb, Amélie: Biografia del hambre, Ed. Anagrama, 2006. Incluyo aquí un extracto del texto “Anorexia y escritura”, publicado en la revista Conceptual nº 8 – Octubre 2007.

[3] Hay otra novela de A. Nothomb que aborda el cuerpo en términos topológicos: Metafísica de los tubos.

[4] Lacan, Jacques: El Seminario 4 La relación de objeto, Ed. Paidós, pág.185.